Mitos vivos

Publicado por primera vez en 2015

Hace un par de semanas impartí una conferencia en Zizurkil: “Olentzero: mito zaharrak, mito berriak” (viejos mitos, nuevos mitos). Porque les interesaba especialmente, en estos tiempos de mistificación, conocer qué se conserva del mito original, o más bien de los diferentes orígenes de este cúmulo de mitos personificados ahora bajo este nombre y personaje. Y es que el tema, ya tratado repetidas veces en este blog, no se agota. Cada año se recrea en nuevas indumentarias -cada vez más ricas-, nuevas barbas (del mal afeitado rural a cierto aire hipster pasando por las blancas y pobladas que recuerdan sospechosamente a klaus/noël); nuevos cuerpos (del grandote desgarbado al cachas de gimnasio pasando por la orondez que recuerda sospechosamente, sí, al klaus/noël); nuevas atribuciones (el grupo EITB ya no sabe felicitarnos las fiestas sin él). Y, por esto de la paridad, en este siglo XXI ya es pareja de hecho de Mari Domingi, personaje de un villancico que nada tenía que ver con él y que dentro de poco traerá regalos por su cuenta… para escándalo de puristas.

La foto está desenfocada porque una de las personas no quiere ser identificada.
Así salíamos a cantar Olentzero el 24 y Dios te salve el 31 de diciembre hace ya más de 50 años.

Sin embargo, todavía quedamos quienes de pequeños no conocimos más regaladores que los Reyes… Incluso yo recuerdo (porque lo he oído a menudo en casa: tan importante fue la novedad) que tampoco los magos de Oriente trajeron regalos hasta la generación de mis padres, y cuando estos ya tenía edad para saber quiénes eran “de verdad”; es decir, por lo menos entre las familias campesinas y/o obreras vascófonas hasta bien pasada la posguerra. ¡Y un detallito, y contentos! Nos lo contaban para remarcar el privilegio que suponían nuestros tres regalos (uno por rey, uno bueno, uno mediano y una fruslería). ¡Si hubiesen conocido lo de ahora! No solo la actualidad, también el origen de Olentzero se reinterpreta y cuestiona. Porque hasta lo que sabemos inexistente necesita documentación. El historiador Carlos Rilova, en un eruditísimo artículo, afirma que Pío Baroja remontaba el origen del Olentzero a los carbonarios, evangelizadores centroeuropeos del s. IV. No me voy a hacer el extrañado: pese a que mitos e historia son (deberían ser) diferentes, es habitual que su origen se documente… a más de mil años y mil kilómetros de distancia. Porque en el artículo la referencia más cercana, la de las culturas pirenaicas, es justo eso, una referencia; en este caso, la vinculación de Olentzero con el tronco solsticial. La mención al área de difusión -antes del boom actual- también es justo de pasada: ¿dónde y cómo surgió Olentzero como personaje? ¿Cuándo y cómo se extendió? Hace un siglo se hallaba en una franja más o menos ancha en el límite navarro y guipuzcoano, entre el mar y Sakana. ¿Por qué se fue perdiendo? Hace medio siglo casi se limitaba al Bajo Bidasoa y Bortziri. Pero el tronco solsticial que ardía en Nochebuena está documentado no solo en Euskal Herria, sino en todo el Pirineo… y más: un típico postre navideño francés es un cilindro de chocolate, denominado bûche (tronco).

Carbonera realizada en el Parketxe de Arditurri, y escenario de la “llegada” de Olentzero, característico mito de Oiartzun.

¿Cómo pasó el mito del tronco a personificarse en su portador? Porque Olentzero no llevó carbón a la Virgen y el niño, sino troncos. No lo sé; pero sí sé que estamos viviendo en un momento privilegiado: la antropomorfización de un tronco, y precisamente en su proceso de conversión en “Olentzero” moderno (regalador): hablo del tió catalán. Cada vez parece menos un tronco y más una persona, concretamente un varón “catalán” (lo digo por la barretina), con su carita, sus ojitos, su pipa… También está el hecho de que se interpreten como violencia y por tanto mal ejemplo infantil los golpes que recibe para que “cague” (ya prometí hablar del carácter fertilizante de pegar con palos y piedras).

Tió fotografiado en Queralbs.

La prueba más evidente de esta personificación del tronco está en proceso inacabado es el rechazo que provoca. Extraído de un buen amigo de facebook: “Amb sorpresa i fàstig vaig notar que sorgien troncs convertits en ninos mig animals, amb elements postissos (ulls, potes i barretina)”. Y se opone, entre otros motivos, porque ese no es el tió de su infancia. Eso nos daría para otra entrada, por lo menos. Ahora solo me quedo con la fascinante constatación de que los mitos siguen vivos. Fascinante, no solo porque lo observemos en directo, sino porque ocurre precisamente cuando nadie -de más de nueve años- cree en su existencia.  Más que nunca es aplicable una de las definiciones de mito: mentiras que cuentan verdades.

Utzi iruzkina