Publicado por primera vez en diciembre de 2016
Aunque no lo parezca, el tema de hoy tiene su punto navideño: en muchas comarcas vascas, la víspera de Santa Águeda, la noche del 4 al 5 de febrero, grupos de hombres y mujeres de todas las edades, con trajes folklorizados de baserritarra y vara en mano, salen a rondar en cantos petitorios que mezclan fórmulas tradicionalizadas y versos improvisados (si hay alguien en el grupo que se atreva, claro). Como toda fiesta tradicional que se precie, ha evolucionado. Originariamente eran chicos que rondaban a las chicas, porque, por fechas (carnavalescas) y otros motivos que ahora no detallaré, esta santa era propiciadora de ligues entre jóvenes, también en el Pirineo gascón más oriental: Bigorra, Commenge, Aran…. En otros países era diez días después, por San Valentín, hasta que el consumismo más feroz se adueñó de la fiesta. En fin, esto también es aplicable a la Navidad. Pero no nos desviemos. Esta celebración ha sufrido decadencia, recuperación e incluso auge actual, desde el momento en que ahora se canta en localidades donde antes no se hacía, al menos en el caso vasco, no en el gascón. Como ha ocurrido con Olentzero. Pero Santa Águeda aporta una diferencia significativa: las varas no son mero aderezo a la indumentaria masculina, como cuando salíamos a cantar en Navidades: aquí cumple una función, puesto que se marca el ritmo golpeando con ella en el suelo. ¿Es más importante el ritmo en las coplas de Santa Águeda que en otras? ¿O esta ha sido la evolución posterior de la vara que golpea el suelo? Barandiaran un recogió un curiosísimo relato en el que unos hombres golpeaban la tierra con varas para hacer salir el sol. Para otra vez.
Creo que en este se trata(ba) de un rito para “despertar la tierra”, en la fecha intermedia entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera. No se me ha ocurrido a mí solo: hay quien interpreta que los paloteados no son meras danzas; al menos en origen habrían sido ritos de fertilidad. Porque lo que vincula “nuestra” Santa Águeda con la del Pirineo gascón, es que en las nocturnas rondas juveniles, además de divertirse, vareaban los árboles frutales. Y también les colocaban piedras, en el pie o los huecos de las ramas. Esa práctica pedrera, y con esa finalidad, la recogió el mismo Barandiaran en Sara, aunque no cita que fuera en Santa Águeda.
En todo caso, ¿a que ahora no parece tan raro que en las casa catalanas golpearan el tió, un tronco navideño, para que “cagara”, es decir, fertilizara la tierra? Sí, ahora resulta violento pegar a un elemento -también es cierto: cada vez menos troncal y más antropomorfo- para que “cague” dulces y regalos; pero es que no vivimos como hace cien años, y mito y rito que no se adapta a su realidad, desaparece. Solo que los ritmos no siempre se acompasan y lo que hace un siglo respondía a cierta lógica, como varear troncos y suelo, ahora resulta chocante y a veces incluso escandaloso. Porque la figurita del caganer es escatología que hace hasta gracia, pero… ¿cómo explicarles a las criaturas urbanas del XXI que la mierda era algo codiciado?